VIRACOCHA, EL CREADOR SUPREMO

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Viracocha era la deidad creadora, omnipresente e inconmensurable que V animaba el universo dotando de vida a seres humanos, animales, plantas y dioses menores. Ser sobrenatural un tanto distante, delegaba los asuntos cotidianos en deidades más activas, como Inti e Ilyap 'a. Tenía una representación en el santuario de Cuzco, donde la vieron por primera vez los españoles: la estatua de oro de un hombre blanco y barbudo con una larga túnica, de una altura como la de un niño de unos diez años.

Para los incas, esta deidad inmanente no tenía nombre y se le denominaba con una serie de títulos acordes con su condición primordial. El más común era Ilya-Tiquisi Wiracoca Pacayacacic («Antiguo Cimiento, Señor, Instructor del Mundo»), normalmente vertido al castellano como Viracocha.

Origen último de todo poder divino, también se le concebía como héroe cultural, que, tras crear el mundo, viajó por sus dominios enseñando a la gente a vivir y configurando el paisaje. Los mitos sobre sus periplos mágicos cuentan que, al llegar a Manta, en Ecuador, atravesó el Pacífico, en una balsa o caminando sobre su capa (esta última versión podría deberse a la influencia cristiana).

Cuando los españoles llegaron a Perú por mar, en 1532, los nativos los creyeron emisarios de la divinidad creadora y los llamaron viracochas, término respetuoso que aún emplean los quechua hablantes.

En los sacrificios más importantes, que sólo se realizaban en las ocasiones solemnes, como la coronación de un emperador, se ofrecían seres humanos a Viracocha y otras deidades. Se valoraban de forma muy especial los sacrificios de niños, llamados capacochas, y los sacerdotes elevaban una plegaria al dios antes de la ofrenda. Se han encontrado víctimas conservadas por el frío en los volcanes y picos nevados andinos, míticas moradas de dioses y espíritus.

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