Las grandes festividades celtas con hogueras eran un reconocimiento del fuego como equivalente terrenal del sol. El fuego, como el sol, sustenta la vida y la destruye. También purifica, y hace resurgir la primavera de las cenizas. Tras hacer las hogueras los celtas dispersaban sus cenizas por los campos para fertilizarlos.
Las principales ceremonias del fuego eran Samain y Beltaine, que dividían el año en verano e invierno. Se suponía que animaban al sol en su ciclo anual y le convencían para que volviera tras su muerte estacional. No es sorprendente, por ello, que la veneración del fuego fuera un rasgo peculiar de las zonas frías del norte de Europa, con sus inviernos largos y oscuros.
En la mitología céltica por lo general los acontecimientos importantes tenían lugar durante las épocas festivas relacionadas con la transformación, la renovación, la muerte y el renacer. Según el Libro de las invasiones (texto irlandés compilado en el siglo XII d. C; la gran batalla de Mag Tuiread entre los Tuatha De Danann y los fomorianos tenía lugar en Samain. También en Samain encontraba la muerte Cuchulainn y dejaba Gawain la corte de Arturo en busca del Caballero Verde. Los cuentos relacionados con Beltaine tratan casi siempre de la victoria sobre los encantamientos del otro mundo. Un ejemplo de ello es la vuelta del hijo de Rhiannon, Pryderi, que había sido raptado por un demonio con garras.