La única forma artística de expresión de los mitos eslavos corresponde en gran parte a los narradores orales, que cultivaron el arte de los bardos y transmitieron verbalmente sus relatos de generación en generación. Estos juglares, cantores de gestas y narradores ciegos eran bienvenidos en los asentamientos aislados y alejados, especialmente en las largas veladas invernales. Antes de que la vida moderna llegara a los rincones más remotos del país, la narración de los mitos era el entretenimiento preferido en la tranquilidad y la monotonía de las noches prolongadas.
Es interesante observar que los mitos no se dirigían solamente al pueblo llano; también entretenían a los señores. Ser un buen narrador era una cualidad muy apreciada en muchas casas señoriales, incluida la del propio emperador. Del primer zar de Rusia, Iván el Terrible, se contaba que era un gran admirador de los mitos eslavos y que tenía en su corte a tres ciegos que se turnaban junto a su cama, donde le contaban historias para ayudarle a conciliar el sueño. Los mitos contados por nodrizas del pueblo a jóvenes aristócratas proporcionaron temas a innumerables obras maestras del arte eslavo (Sadko, La doncella de las nieves y El gallo dorado de Rimsky-Korsakov; El pájaro de fuego y La consagración de la primavera de Stravinsky y Rusalka de Dvorak).
Pero los narradores de historias no siempre eran bienvenidos. El zar Alejo Mijaílovich, padre de Pedro el Grande, hizo reunir a todos los narradores de historias y les cortó la lengua.
El famoso edicto real de 1649 proclamaba:
Muchas personas creen neciamente en los sueños, el mal de ojo y los cantos de las aves y cuentan enigmas y mitos; al hablar estúpidamente, celebrar fiestas y blasfemar, destruyen sus almas.