LICANTROPOS

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Se creía que los que nacían con un antojo, mechones de pelo lupino o una protuberancia de piel en la cabeza eran licántropos. La protuberancia de piel solía enrollarse y guardarse como amuleto o coserse a las ropas, para que trajese buena suerte. Entre los serbios, los eslovenos, los kasubos y en el norte de Polonia existía la creencia de que tales personas poseían poderes mágicos, los dones de la metamorfosis y la adivinación.

Podían transformarse en diversos animales, pero preferían al osado y sangriento lobo, como aparece en este grabado de Lucas Cranach, del siglo XVI, época en que la Iglesia rusa se creyó obligada a condenar tales creencias. La tradición de los licántropos queda reflejada en los diversos relatos sobre Vseslav, príncipe de Polotsk (actualmente en Bielorrusia) que vivió en el siglo XI. A diferencia de otros príncipes de Rus, que se convirtieron al cristianismo en 988, Vseslav y su familia siguieron siendo paganos. De las fuentes históricas se desprende que su nacimiento coincidió con un eclipse de sol (nació con una protuberancia en la cabeza). Hijo de una princesa violada por una serpiente, el príncipe-licántropo aprendió rápidamente las artes mágicas y las de la caza y la guerra. Ya adulto, obtuvo grandes victorias como guerrero y «corría a medianoche como una bestia salvaje, envuelto en una neblina azul», como dice un texto del siglo XII.

En los cantos serbios y bosnios sobre Zmaj Ognjeni Vuj (el Fiero Lobo Dragón) se relaciona a un héroe licántropo con un monarca del siglo XV, el déspota Vuk, al que se representa con una marca de nacimiento (roja y hasta el hombro del brazo con el que empuña la espada o en forma de sable), con mechones de pelo de lobo y escupiendo fuego. Crece con prodigiosa rapidez, y se hace guerrero, el único capaz de vencer al dragón, que quizá fuera quien lo engendró.

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