De todos los seres míticos conocidos por los eslavos y sus vecinos, ninguno tan célebre como el vampiro, término que deriva del eslavo meridional vampir, con variantes en otras lenguas (upir, upyr, upior, etcétera).
En el siglo XIX, la creencia en los vampiros no estaba más extendida entre los ucranianos y los bielorrusos que entre sus vecinos orientales, los rusos, pero ejercía mayor atracción aún sobre los eslavos occidentales, especialmente sobre los kasubos, que vivían en la desembocadura del río Vístula) y los eslavos del sur.
Entre los eslavos meridionales, el concepto de vampiro se ha entremezclado con el de licántropo, hasta el extremo de que el término moderno para designar a los vampiros es vukodlak (pelo de lobo).
No obstante, y a diferencia de los licántropos, los vampiros son esencialmente manifestaciones del espectro del difunto inmundo. Cierta clase de personas se convierten en vampiros tras la muerte; licántropos, hechiceros, brujas, pecadores y descreídos (entre los que se contaba a los herejes en Rusia), y en algunas regiones, como Bulgaria, se creía que también sufren tal metamorfosis los asesinos, ladrones, prostitutas y otras personas socialmente indeseables, y que incluso quienes no cometen delitos y mueren en condiciones normales pueden acabar como vampiros, sobre todo si no se han celebrado los ritos funerarios o si han muerto prematuramente (al suicidarse, por ejemplo).
Las personas concebidas o nacidas en un día sagrado, los mortinatos y los nacidos con una excrecencia ósea en el extremo inferior de la columna vertebral o con dientes son vampiros seguros.
Estos seres se mantienen incorruptos en la tumba, a veces hinchados, y puede haber indicios de movimiento en el ataúd (los macedonios creen que el cadáver se vuelve boca abajo). A medianoche entran en las casas para chuparle la sangre a los durmientes y copular con ellos, en algunos casos sus propios familiares, que se consumen y mueren.
También pueden chupar la carne de su propio pecho o sus ropajes funerarios, y en ambas ocasiones sus parientes mueren. Los vampiros deambulan asimismo por las encrucijadas o los cementerios, en busca de víctimas, con una mortaja sobre los hombros.
Existen numerosos métodos para combatirlos, algunos destinados a permitirles descansar en paz, como colocar en la tumba crucecitas de madera de álamo o granos de mijo o lino para que se entretengan contándolos, como creen los macedonios y los kasubos. Entre las medidas más extremas destaca la de clavarles en el cuerpo una rama afilada de espino o álamo o una estaca o un clavo en la cabeza. Existe también la variante de la decapitación (entre los eslavos occidentales), la desmembración (entre los eslavos orientales y occidentales) o cortarles los tobillos o los talones para impedirles el movimiento (croatas).
La creencia en los vampiros se mantiene en parajes remotos y en las comunidades kasubas de Canadá.