Sadko vivía en Novgorod y tocaba su laúd de madera de arce en los banquetes de lo comerciantes ricos. Pero al llegar los malos tiempos nadie quería pagar por oír su música. Un día, caminando a orillas del río, se sentó a tocar su instrumento. Apenas hubo terminado empezó a salir una espuma de las aguas y de las profundidades surgió la poderosa cabeza del dios del mar. Le gustó tanto la música de Sadko que le encargó tocar en su palacio submarino prometiéndole una gran recompensa. En cuanto Sadko aceptó se halló bajo el océano en un palacio de piedra blanca; allí estaba el dios del mar en un gran salón, sentado sobre un trono de coral. Cuando Sadko entonó una canción el dios del mar empezó a bailar. Sobre sus cabezas las aguas se agitaron espumosas y olas grandes como montañas surcaron su superficie, llevándose los barcos a las profundidades.
Al cabo de un rato Sadko se sintió cansado; apenas podía tocar una nota más. Repentinamente sintió una mano sobre su hombros y, mirando atrás, vio a un hombre de barba blanca. El sabio le aconsejó romper las cuerdas de su instrumento para interrumpir la danza; a continuación el dios del mar le ofrecería una novia como recompensa. Pero Sadko no tenía que apresurarse en su elección: tenía que dejar pasar a las trescientas primeras doncellas, y a las segundas y a las terceras, escogiendo a la última de todas para que fuera su mujer. El sabio hizo además otra advertencia a Sadko: no tenía que acariciar a su novia, pues de lo contrario permanecería para siempre bajo el mar.
Sadko rompió las cuerdas de su instrumento y la danza cesó. El dios del mar, aunque descontento, insistió en que Sadko recibiera su premio: tenía que escoger a una novia de entre su hijas. Apareció entonces un cortejo de doncellas, cada una más deliciosa que la anterior. Sadko dejó que pasaran las primeras trescientas, y luego las segundas y terceras. La última era Chernava, la más encantadora de todas. Y Sadko la escogió como novia.
Aquella noche, más tarde, cuando Sadko estuvo a solas con su nueva esposa, recordó la advertencia del anciano y se echó sin tocar a su novia; pero a media noche, al darse la vuelta en la cama, la rozó con el pie. Estaba tan fría que se despertó sobresaltado. Se encontró entonces echado a orillas del río Chernava con el pie izquierdo metido en sus aguas heladas. Durante el resto de su vida quedaría cojo de ese pie. Pero a su lado había un saco de oro que le hizo riquísimo. Hay quien cuenta que, cuando sopla la tempestad sobre el mar o sobre un lago, el juglar Sadko toca su instrumento y el dios del mar baila en las profundidades marinas.