Sátiros y ménades eran seguidores de Dioniso, dios del teatro, pero también del vino, del éxtasis religioso y lo irracional. Los Sátiros tenían una parte de hombres y otra parte de jabalíes (con pezuñas y orejas puntiagudas) y tenían cola de caballo. Eran criaturas malas y amantes del vino, a las que se solía representar en continua excitación sexual, acosando a Ninfas y Ménades. Su lujuria era extrema, y una de las funciones de la representación de los Sátiros era la de definir los límites de la conducta masculina. A diferencia de los Sátiros -destaca el mito-, el hombre típico debería mostrar sentido de la moderación en su búsqueda del placer (como declara una máxima griega, "Nada en exceso"). El arte solía retratar con frecuencia a los Sátiros y también eran objeto de obras satíricas en Atenas, comedias desenfrenadas que en los festivales teatrales se representaban normalmente tras una trilogía trágica.
Las Ménades (conocidas también como Bacantes) eran mujeres inducidas al frenesí religioso por Dioniso, tal como ejemplifica Eurípides en su obra Las Bacantes. Abandonaban sus hogares y deambulaban frenéticas por el campo. Cada una de ellas llevaba una vara especial, el tirso. Se habían liberado tanto de las convenciones humanas que desgarraban animales vivos y comían su carne cruda con las manos desnudas.