Los atenienses tenían un mito sobre un hombre que nació de la tierra. El dios Hefesto intentó violar a Atenea, que lo rechazó, y entonces él eyaculó sobre un muslo de la diosa. Ésta se limpió el semen con un trozo de lana y lo tiró al suelo, asqueada. Del trozo de lana nació Erectonio, futuro rey de Atenas, que en muchos casos aparece representado en parte como serpiente, por su vinculación con la tierra.
Los tebanos contaban que Cadmo, fundador de Tebas, mató a una gran serpiente en el emplazamiento de la futura ciudad. Cogió los dientes del reptil, los plantó en el suelo y de ellos surgieron hombres armados que lucharon entre sí hasta que sólo quedaron cinco. Se llamaban los Esparti («hombres sembrados»), y de ellos descendían las familias nobles de Tebas.
La mitología griega no ofrece un relato único sobre los orígenes de la raza humana y atribuye la creación de los primeros seres humanos a la tierra (Gea), los Titanes o los Olímpicos. La idea del nacimiento a partir de la tierra misma -«autoctonía»- aparece con frecuencia. Según cierto mito, el primer hombre fue Pelasgo, que brotó del suelo de la Arcadia, en el Peloponeso, y fundó la raza de los pelasgos, antiguo pueblo no griego cuyos descendientes vivían aún en algunas localidades en el siglo V a. C.
Otro mito cuenta que Zeus envió un gran diluvio a la tierra para destruir a la humanidad en castigo por los desmanes del Titán Prometeo. Prometeo aconsejó a Deucalión, su hijo, y a la esposa de éste, Pirra, hija de Epitemeo y Pandora, que construyesen un arca para sobrevivir a la catástrofe. Cuando remitieron las aguas, Deucalión y Pirra fueron a Delfos a orar a la Titánide Temis, que, según algunos relatos, era la madre de Prometeo. Temis les dijo que arrojasen por encima del hombro los huesos del ser de quienes ambos descendían. Confusos al principio, después comprendieron que debía referirse a Gea, la tierra, cuyos huesos eran las piedras del suelo, y al seguir su consejo, cuando aterrizaba cada piedra que tiraban se convertía en un ser humano: las que arrojó Decaulión en hombres y las de Pirra mujeres. Así volvió a crearse la raza humana, con la tierra.
Se cuenta que Deucalión fundó en Atenas un templo en honor de Zeus, cuya ira se había calmado. Según una variante más sencilla de este mito, tras el diluvio la pareja ofreció un sacrificio a Zeus, que así quedó aplacado. Le prometió a Deucalión que le concediera un deseo y éste pidió que se volviese a crear la humanidad.
Los griegos consideraban a Deucalión el antepasado de su nación, el primer rey y fundador de numerosos templos y ciudades. El posterior desarrollo de la humanidad se explicaba con el mito de las eras o razas del hombre, cuya versión más conocida es la de Hesíodo en Los trabajos y los días. Según Hesíodo, en la época de Crono, los dioses hicieron a los primeros hombres, la raza de oro, que no estaban sujetos ni a la vejez, ni a la enfermedad, ni al trabajo, porque cogían los frutos de la tierra sin esfuerzo. Todos ellos murieron -no se sabe bien por qué- como si se quedaran dormidos, pero siguieron existiendo en forma de espíritus para proteger a los humanos. A continuación, Zeus y los Olímpicos crearon una raza de plata, que tardó un siglo en madurar; eran arrogantes y violentos y no adoraban a los dioses. Zeus los escondió bajo la tierra, donde también continuaron existiendo como espíritus.
Las tres últimas razas fueron asimismo creación de Zeus. La tercera, la de bronce, descubrió los metales y dio los primeros pasos para construir una civilización, pero acabaron matándose entre sí y pasaron ignominiosamente a los infiernos. A continuación apareció la raza de los héroes (siempre según Hesíodo, pues no todas las versiones incluyen a esta raza), nacidos de madres humanas y padres divinos. Eran mortales valientes de fuerza sobrehumana y al morir iban a las Islas de los Bienaventurados. La quinta raza era la de hierro, los seres humanos modernos, para quienes el mal siempre se mezclaba con el bien y necesitaban trabajar. Según Hesíodo, esta raza desaparecería cuando los niños nacieran grises y los hombres deshonrasen a sus padres, destruyesen las ciudades y alabasen a los malvados.
Los mitos de Prometeo y Pandora contribuyeron a explicar las penurias que padece la humanidad. La historia de Pandora, creada después del hombre y origen de muchas desgracias humanas, sirvió para justificar la inferioridad social de la mujer entre los griegos.
Aunque Prometeo no colaboró con los Titanes en su lucha contra Zeus, lamentaba la derrota de su raza y trató de recuperar la suya ayudando a los hombres, a quienes se trataba como iguales en la época de Crono pero se los consideraba por entonces inferiores a los dioses. (Según cierto relato, el propio Prometeo creó al primer hombre, Fenón, con barro y agua.)
Zeus se enfureció al ver cómo protegía Prometeo a la nueva raza y para vengarse les arrebató el fuego a los humanos, que tuvieron que vivir sin luz ni calor. Prometeo acudió en su ayuda: robó una llama de la fragua del dios Hefesto y la ocultó en un tallo de hinojo.
Zeus pidió a Hefesto que modelara a la primera mujer, Pandora, con tierra. Después de que Atenea y las demás diosas la hubieran adornado con belleza, delicadeza y encanto y de que Hermes le hubiera enseñado las artes del engaño, la enviaron con una jarra («la caja de Pandora») a modo de regalo al hermano de Prometeo, Epitemeo, que la presento en sociedad. Pandora abrió la jarra y soltó lo que contenía, el mal y la enfermedad y solo quedó dentro la esperanza.
Tras haber castigado a los seres humanos, Zeus ató a Prometeo a una roca y envió a un águila para que le picoteara el hígado. Cada vez que el ave le arrancaba aquel órgano, volvía a crecer y el tormento se iniciaba de nuevo. La tortura de Prometeo se prolongó durante milenios, hasta que lo liberó Heracles.