Entre los aranda del desierto central, el creador mítico, Atain-tjina, era el hacedor de lluvia más importante. Su tótem era el murunta o serpiente de agua. Levantó su campamento en una costa lejana junto con otros jóvenes también hacedores de lluvia.
Atain-tjina se dedicó a perseguir a estos jóvenes, a los que acabó capturando, y los lanzó al mar, donde serían engullidos por una serpiente de agua gigantesca. Al cabo de dos días, Atain-tjina ordenó a la serpiente que vomitara los cuerpos de los jóvenes en forma de humo.
Mientras estaban dentro del cuerpo de la serpiente, los jóvenes se apoderaron de algunas de sus escamas, de color blanco. Al ser liberados, uno de los jóvenes se desplazó a una zona de llanura y allí frotó la escama contra una piedra. En ese momento, el joven se convirtió en nube y ascendió al cielo. Desde allí se dio la vuelta y dejó que su cabello colgara en forma de lluvia. La lluvia llegó hasta la tierra. El joven lanzó más escamas que había cogido del cuerpo de la serpiente y éstas se convirtieron en destellos luminosos.
El espíritu de Atain-tjina abandonó luego su cuerpo durmiente y se elevó a los cielos como arco iris. El joven nube sujetó el arco iris y lo ató a su cabeza. Viajaron juntos hacia el oeste y la lluvia cesó. Esta es la razón de las largas sequías que sufre Australia central. Siguieron hasta que Atain-tjina lanzó otro joven al mar y comenzó de nuevo el ciclo.