En muchas zonas de Australia existen mitos sobre seres tramposos y embusteros que desencadenan acontecimientos impredecibles. Pueden ser benévolos, pero con más frecuencia subvierten el orden ancestral robando alimentos silvestres o empujando a las personas al robo o la pelea o a renegar de las obligaciones sociales. Algunos expertos sostienen que tales personajes representan un estrato primitivo de la mitología aborigen, anterior a los héroes ancestrales vinculados a la división de la sociedad en clanes.
En los Kimberleys occidentales se cuenta que unas razas de embusteros conocidos como Ngandjala-Ngandjala y Wurulu-Wurulu merodean por las regiones despobladas cometiendo tropelías, como estropear las cuevas en las que los héroes ancestrales dejaron sus autorretratos cubriéndolos con sus propias pinturas. Estos embusteros se parecen mucho entre sí en el arte aborigen. Los Ngandjala-Ngandjala no son necesariamente malévolos, porque, si bien algunas personas aseguran que destrozan las cosechas, otras creen que las mejoran y maduran frutos comestibles cocinándolos.
Durante la época de los monzones se los ve a veces en las nubes y las columnas de niebla que ascienden del suelo después de la lluvia señalan las fogatas en las que cocinan la fruta. Son víctimas de otro tramposo, Unguramu, que roba raíces comestibles mientras se tuesta en las hogueras de los Ngandjala-Ngandjala, que se vengan agarrándolo por la cola y tirando de ella hasta que Unguramu les revela dónde ha escondido la fruta cocinada.
Los Wurulu-Wurulu desbaratan el orden ancestral afinando palos con flores banksia, que utilizan como herramientas para extraer miel silvestre. Cuando alguien encuentra un panal vacío, sabe que por allí ha pasado un Wurulu-Wurulu.
Se asocia otro tramposo de los Kimberleys occidentales llamado Argüía con la brujería. En esta región, la conducta antisocial puede castigarse pintando una figura humana deformada en un abrigo rocoso y entonando canciones insultantes dirigidas a ella, lo que, según la creencia, provocará daños físicos en el malhechor o incluso la muerte. Se cree que, en algunos casos, estas pinturas son obra de Argüía. Los aborígenes atribuyen también las pinturas rupestres del oeste de Arnhem Land, fechadas por los arqueólogos en una época anterior al ascenso del nivel del mar provocado por la última glaciación, a una clase de tramposos denominados mimi. Las figuras gráciles y ágiles que aparecen en las pinturas representan a estos seres, que viven en las grietas de las escarpas de Arnhem Land. Los mimi se encolerizan si les coge desprevenidos la presencia de una persona desconocida, y para evitar el enfrentamiento con ellos, quienes forrajean por la región rocosa les gritan para advertirles de que se aproximan seres humanos. Los mimi castigan a las personas que aparecen de improviso provocándoles enfermedades, pero por lo demás suelen ser benévolos: enseñaron a la humanidad las artes de la caza, por ejemplo. Sin embargo, si un cazador se topa con un ualabí que actúa como si estuviera domesticado debe dejar en paz al animal, pues podría ser una mascota de los mimi, que matan a quienes le hacen daño.
Otras figuras de tramposos tienen un carácter más siniestro y resultan especialmente temibles: los Namorodo del oeste de Arnhem Land, tan delgados que consisten únicamente en piel y huesos unidos por nervios. Viajan de noche, haciendo un ruido siseante al volar por los aires, y pueden matar con una de sus largas uñas a cualquiera que oigan. Son especialmente vulnerables los enfermos y heridos. Si los Namorodo capturan el espíritu de un muerto, no podrá reunirse con los antepasados totémicos y se convertirá en un ser maligno que errará por los páramos. Los Namarodo están asociados con las estrellas fugaces y, en las pinturas sobre corteza, con la brujería.