Las antiguas civilizaciones de Sudamérica presentaban rasgos comunes en su postura religiosa y sus creencias mitológicas desde las épocas más remotas. Se atribuía un significado sobrenatural a plantas, animales, ríos y montañas y aunque existían diferencias locales y regionales (como la importancia de los rituales con fuego de algunas culturas) estaban generalizados el culto a una deidad creadora suprema, la veneración a los antepasados y a los reyes semidivinos, el sacrificio humano (sobre todo el corte de cabezas) y las peregrinaciones sagradas.
Estas antiguas civilizaciones expresaban sus creencias religiosas y míticas en los textiles, el oro, la plata, la cerámica y la piedra. En este sentido, una de las culturas más influyentes fue el chavín, con su centro en Chavín de Huantar, en los Andes (800-200 a.O). Unos seres míticos dotados de colmillos presiden el sofisticado arte chavín, que destaca por imágenes como las del «dios sonriente» y el «dios del cayado».
Los personajes sobrenaturales que aparecen en los objetos de esta cultura ejercieron una influencia duradera en numerosas civilizaciones posteriores y podrían considerarse prototipos de otros seres míticos, como Ai apaec, la deidad con colmillos de los mochicas de la árida costa septentrional del Perú, y el «dios lloroso» tallado en un bloque macizo de lava de la Puerta del Sol en el centro ceremonial de Tiahuanaco Construida h. 500, Tiahuanaco se encontraba en ruinas en la época de los incas, pero los mitos y culturas de las diversas tribus que cayeron bajo el dominio de este pueblo quedaron asimilados a sus creencias, y se suele equiparar al dios lloroso con Viracocha, el Creador, eje de la mitología inca.
Los viajes sagrados a montañas, fuentes y santuarios de los templos-pirámides revestían gran importancia en la época prehistórica y lo mismo ocurre en la actualidad. El centro de peregrinación antigua más célebre era el santuario de Pachamac, en la costa peruana, donde un clero especializado regulaba el culto de una deidad creadora y de la tierra cuyos devotos enriquecían el templo con oro, ofrecían sacrificios humanos y animales y a cambio recibían predicciones del oráculo. Los habitantes de la costa consideraban a Pachamac dios supremo, y ejercía tal influjo que cuando los incas conquistaron la región reconocieron su posición permitiendo que siguiera funcionando su santuario junto al templo de su propio dios del sol, Inti.