Los espíritus de la tierra moraban sobre colinas, cascadas, lago bosques o grandes rocas.
En muchos relatos se narraba de los colonos que llegaron a Islandia en el siglo IX y establecieron contacto con los espíritus de la nueva tierra, que les ayudaron a cambio de ofrendas de alimentos. Estos espíritus prestaban ayuda en la caza, la pesca y la cría de animales domésticos y daban buenos consejos sobre el futuro en sueños.
Un granjero que había perdido gran parte de su ganado se asoció con un espíritu de la tierra y un extraño macho cabrio se unió a su rebaño, tras lo cual sus cabras se multiplicaron. Entre estos espíritus también había gigantes benévolos de las montañas, que protegían a hombres y mujeres de los seres hostiles y los ayudaban cuando hacía mal tiempo.
La creencia en estos benefactores sobrenaturales queda reflejada en la tradición folclórica de Escandinavia y de otros países europeos, que se mantuvo hasta mucho después de la llegada del cristianismo.
Los espíritus estaban siempre dispuestos a defender la tierra contra los enemigos y mostraban su ira contra los infractores de la ley. Resulta difícil distinguir claramente a estos seres de los Vanir, pero todo parece indicar que a los espíritus de la tierra se les rendía culto individual, no colectivamente.