El Otro Mundo puede extenderse más allá de un bosque impenetrable, en los confines de un río turbulento, o allende o bajo los mares, o sobre o bajo la tierra, y el héroe accederá a él tras el largo viaje destinado a obtener el objeto de su búsqueda. Para entrar en él quizá haya que escalar una escarpada montaña o descender a una sima; pero sea cual sea su situación, el «tres veces décimo reino» (como se denomina en los cuentos populares eslavo-orientales) está estrechamente vinculado con el sol. El objeto de los esfuerzos del héroe es casi siempre de oro (manzanas de este metal en un cuento búlgaro, una mágica Ave de Fuego de plumas doradas en una jaula también dorada en otro relato), y hasta los palacios están adornados con oro y plata.
El remoto reino áureo recuerda la antigua creencia eslava en que la tierra es una isla que flota en el agua y que debajo del agua existe otro mundo en el que se hunde el sol por la noche. También cabe la posibilidad de que los mundos inferior y superior reflejen vagamente las ideas chamanísticas del Árbol del Mundo con raíces que descienden hasta los infiernos y ramas que llegan hasta los cielos.
Se creía que el alma del chamán sumido en trance volaba hasta el mundo superior o bajaba para acompañar el alma de un difunto. De igual modo, el viaje del héroe representa el viaje mágico del chamán a la tierra de los muertos y su regreso, dotado de mayor sabiduría y más poderes. Otra teoría ve los orígenes de los viajes al Otro Mundo en los ritos iniciáticos en los que se creía que el iniciado moría antes de renacer en una nueva etapa de su existencia.
Desde luego, el héroe debe enfrentarse a terribles peligros antes de salir del Otro Mundo y, además, en algunas zonas de Rusia parece haberse conservado la creencia en la muerte como viaje en el que interviene una ascensión, creencia que queda reflejada en la costumbre de guardar los recortes de las uñas humanas para que se conviertan en garras tras la muerte.